Si tiene pensado coger un vuelo en Palma, prepárese para esperar y para que no le esperen. El aeropuerto que hace un año era ejemplar es hoy el gran protagonista del atasco aéreo continental. Todo en un año: el de la guerra entre AENA y sus controladores, el del caos aeroportuario que no cesa ni cesó, el de los retrasos encadenados que castigaron la única estación que hoy por hoy ilumina la economía mallorquina: el verano. Justo el verano. El peor momento. Los tres meses en los que Mallorca se juega los cuartos con la clientela turística que le da de comer. Noventa días que no dan tregua ni margen para el error. Pero lo hubo: la puerta de entrada de Mallorca se convirtió como por ensalmo en una ratonera. ¿Por qué? Si se atiende al ministerio de Fomento y a la campaña de descrédito más virulenta jamás lanzada contra un colectivo profesional, la culpa fue, es y será de los controladores. Solo que los dardos envenenados que les lanzaron al calor del verano ya no existen: ni Fomento ni su empresa aeroportuaria (AENA) tienen nada que ofrecer cuando se les pregunta por los expedientes sancionadores con los que amenazaron a los controladores. Murieron en los titulares que calentaron a la opinión pública en los periódicos y telediarios del verano.
Y menos recorrido aún tuvieron las denuncias ante la Fiscalía por absentismo laboral que anunció el ministro Blanco y prometió cursar el fiscal general. También murieron en los titulares. Ahí y en un informe de la Seguridad Social que asegura que no hay material para que la Fiscalía alancee a las díscolas torres de control ¿Significa eso que los controladores no eran tan malos como los pintaron? Eso sugieren las amenazas frustradas de Fomento. Y a ello aluden también los datos de Eurocontrol. Independiente, frío y alejado de los vicios, filias y fobias que generan guerras intestinas como la que amorata al Gobierno y los controladores, el organismo que supervisa el cielo Europeo atribuye los retrasos no a conflictos laborales, sino a una deficiente gestión de recursos humanos: los conflictos originaron el 4,4% de las demoras, mientras que los errores en la planificación de turnos son responsables del 67% de los despegues y aterrizajes tardíos.
Aunque la estadística tiene truco. Lo explica un veterano del sector, que como directivo de una aerolínea con gran implantación en Mallorca vio este verano los toros desde la barrera. Y aún así se llevó más de una cornada. "Es que este verano ni en Son Sant Joan ni en el resto de aeropuertos españoles hubo oficialmente conflicto laboral. Eurocontrol hila fino. Recuerda que la huelga se desconvocó. Lo que hubo, y en grandes dosis, fue tensión insoportable. Más bajas de controladores que nunca. Es cierto que estuvieron más exprimidos, y que les vacilaron, por no usar otra palabra, con meses enteros sin días libres, con cambios de última hora en las vacaciones, con reducciones fastidiadas de descansos… y que por ahí puede haber bajas justificadas. Pero igualmente cierto es que esas bajas y la incapacidad de AENA para cubrirlas causaron los retrasos. Mientras los controladores se ponían de baja y en Fomento se negaban a apearse de la insensatez de convertir a los controladores en parte del debate político, las aerolíneas, los clientes y el turismo pagábamos los platos rotos". Con más diplomacia lo explica el director de la Unidad Central de Tráfico de Eurocontrol, Jacques Dopagne, que se confiesa "decepcionado" con los retrasos causados por las "carencias estructurales en las torres de control".
La cortina de humo de Fomento
El final de la puntualidad del aeropuerto de Palma no habría que buscarlo así en el acaloramiento político de un verano de soflamas y titulares cruzados, sino unos meses antes: en marzo, cuando se rompió la baraja. Cuando Fomento decidió doblarle el brazo a los controladores, los únicos contra los que cargó tras conocerse el agujero desmedido de AENA: 5.300 millones de deuda, la mitad generada en 2009. Los gestores aeroportuarios pasaban de puntillas por los años de inversiones millonarias en la T4 y por la ola de costosísimas ampliaciones de aeropuertos 150 veces menos activos que el de Palma (León) o redundantes (A Coruña tiene tres aeropuertos a menos de 200 kilómetros), para endosarle el roto financiero a los trabajadores mejor pagados de los servicios públicos. "Fuimos su cortina de humo y lo seguimos siendo", denuncia Javier Zanón, portavoz del sindicato USCA en Balears, que reconoce que lo tenían todo para convertirse en pimpampum: la mala fama que se forjaron en años de protestas casi siempre excesivas en fechas clave y un salario sin igual entre el funcionariado. Odiados por muchos y envidiados por casi todos eran los perfectos culpables.
La cortina de humo de Fomento
El final de la puntualidad del aeropuerto de Palma no habría que buscarlo así en el acaloramiento político de un verano de soflamas y titulares cruzados, sino unos meses antes: en marzo, cuando se rompió la baraja. Cuando Fomento decidió doblarle el brazo a los controladores, los únicos contra los que cargó tras conocerse el agujero desmedido de AENA: 5.300 millones de deuda, la mitad generada en 2009. Los gestores aeroportuarios pasaban de puntillas por los años de inversiones millonarias en la T4 y por la ola de costosísimas ampliaciones de aeropuertos 150 veces menos activos que el de Palma (León) o redundantes (A Coruña tiene tres aeropuertos a menos de 200 kilómetros), para endosarle el roto financiero a los trabajadores mejor pagados de los servicios públicos. "Fuimos su cortina de humo y lo seguimos siendo", denuncia Javier Zanón, portavoz del sindicato USCA en Balears, que reconoce que lo tenían todo para convertirse en pimpampum: la mala fama que se forjaron en años de protestas casi siempre excesivas en fechas clave y un salario sin igual entre el funcionariado. Odiados por muchos y envidiados por casi todos eran los perfectos culpables.
Y hecho el diagnóstico, se aplicó la medicina: el Gobierno y su brazo aeroportuario dieron por muerto el convenio de los controladores, a los que fijaron una jornada de 1.670 horas anuales (frente a las 1.350 de media europea). La idea era eliminar de un plumazo las carísimas horas extra que disparaban los sueldos a niveles en algunos casos obscenos. Y en eso (y solo en eso) funcionó: el cambio redujo un 40% las nóminas. Pero el ataque frontal tuvo un efecto secundario con el que no contaba el Gobierno: convirtió a una profesión ya corporativa en un bloque de cemento armado. Ni siquiera una primavera y un verano de descalificaciones, denuncias nunca ejecutadas, turnos draconianos y vacaciones canceladas sirvieron a Fomento para abrir brecha. Quédense con un dato: cuando en Palma se votó la convocatoria de huelga para agosto, el 99% de los controladores dieron su apoyo. ¡El 99%! Solo dos de 250 dijeron no.
La sangre llegó al río
La huelga acabó cancelada por las presiones de un turismo sin ganas de chistes, pero la sangre llegó igualmente al río. Lo demuestran los datos que describen a Palma como el aeropuerto más atascado del verano y colocan a otras cuatro terminales españolas entre las diez que más retrasos sufrieron de junio a septiembre. Y quizá sea eso lo más revelador: que en España no hubo huelga, pero el tráfico aéreo se resintió más que en países en los que sí la hubo, como Francia, Italia y Bélgica. Claro que ni en Francia, ni en Italia, ni en Bélgica los controladores trabajan las horas que en España. Y tampoco han visto cómo por la vía del decreto les reducían drásticamente el descanso dentro de los turnos, al tiempo que les quitaban por las bravas vacaciones de verano ya concedidas. Porque en el resto de Europa ni siquiera han asistido a la creación de los turnos exprés, invento que permite que controladores que salen de trabajar sean reenganchados en un nuevo servicio. "Nos han amenazado, insultado y perseguido. Tengo compañeros que tras pasarse meses de 28 días de trabajo están a base de ansiolíticos. Nos echan la culpa del pollo diario en Madrid o en Mallorca, pero no cuentan que están cerrando espacio aéreo y atascándolo para evitar poner los controladores precisos. O las barbaridades que cometen con la seguridad en Palma. Llegaron a felicitarnos porque éramos los mejores de Europa, y ahora es un desastre diario", abunda Zanón.
La sangre llegó al río
La huelga acabó cancelada por las presiones de un turismo sin ganas de chistes, pero la sangre llegó igualmente al río. Lo demuestran los datos que describen a Palma como el aeropuerto más atascado del verano y colocan a otras cuatro terminales españolas entre las diez que más retrasos sufrieron de junio a septiembre. Y quizá sea eso lo más revelador: que en España no hubo huelga, pero el tráfico aéreo se resintió más que en países en los que sí la hubo, como Francia, Italia y Bélgica. Claro que ni en Francia, ni en Italia, ni en Bélgica los controladores trabajan las horas que en España. Y tampoco han visto cómo por la vía del decreto les reducían drásticamente el descanso dentro de los turnos, al tiempo que les quitaban por las bravas vacaciones de verano ya concedidas. Porque en el resto de Europa ni siquiera han asistido a la creación de los turnos exprés, invento que permite que controladores que salen de trabajar sean reenganchados en un nuevo servicio. "Nos han amenazado, insultado y perseguido. Tengo compañeros que tras pasarse meses de 28 días de trabajo están a base de ansiolíticos. Nos echan la culpa del pollo diario en Madrid o en Mallorca, pero no cuentan que están cerrando espacio aéreo y atascándolo para evitar poner los controladores precisos. O las barbaridades que cometen con la seguridad en Palma. Llegaron a felicitarnos porque éramos los mejores de Europa, y ahora es un desastre diario", abunda Zanón.
¿Y qué dice AENA? Pues lo del verano: que la culpa de los retrasos es de las bajas de los controladores, no de los factores que las causan. ¿Y tantas bajas hubo? Pues según AENA, el absentismo en Palma llegó a ser del 15%. Claro que AENA considera absentismo "las vacaciones o los días de permiso", como refleja su web. Por todo ello el atasco del verano fue mayúsculo. Aunque el escenario puede empeorar. Y parece que lo hará. Porque el techo de horas fijado por Fomento tiene otro efecto quizá poco medido: cuando los profesionales cumplen las horas no pueden hacer más. Así que entre el 15 y el 31 de diciembre, cuando la Navidad mueva a la mitad de la población de la isla, gran parte de los profesionales estarán sin horas. Y sin controladores, el retraso está asegurado. Otra vez.