Tres vaqueros del Oeste coincidían en los páramos de Oklahoma, en el rigor de la noche, a la luz de una hoguera, comenzaron a contar sus mayores hazañas, intentando demostrar quién de los tres era el más duro.
Yo soy el vaquero más duro; el año pasado maté yo sólo a toda la tribu de los Pieles rojas, 5000 indios nada más y nada menos, me metí en el cañón del Colorado y fui disparando uno a uno a todos ellos, cuando me quedé sin balas los seguí matando a pedradas y cuando me quedé sin piedras los seguí matando a hostias, cogía sus flechas con los dientes y se las tiraba de nuevo, matando así por último a sus jefes.
El segundo vaquero le miraba con cara de estupor imaginando tal hazaña, el tercer vaquero, tenía la vista fija en la rojiza línea del horizonte, su rostro pétreo no dejaba traslucir ninguna emoción.
Luego, fui donde estaban las mujeres, 2300 mujeres en total, me las cepillé una a una y puedo garantizar que quedaron satisfechas, repitiendo dos y hasta tres veces con las más viciosas, salí de la última tienda, maté de un salibazo a un bisonte que pasaba por allí, lo asé me lo comí, me tiré un pedo que quemó todo el poblado y me fui silbando una cancioncilla como si tal cosa.
El segundo vaquero, viendo lo difícil que sería superar tal hazaña, comenzó a contar su historia:
Eso no es nada, yo soy el más duro, yo conduje cinco mil cabezas de caballos locos de Alaska desde allí hasta las tierras de Méjico, yo sólo sin ayuda de nadie, tardé ocho meses en cruzar el país pero lo hice, mi caballo murió de cansancio a la semana de empezar así que hice todo el recorrido a pié, rodeando la manada día y noche, sin perder ni un sola cabeza, a mitad de camino decidí herrarlos, fabriqué las herraduras moldeando el metal a hostias y a patadas, las clavé con mis propios dientes y después los domé a todos, yo soy el más duro.
El tercer vaquero, no había dicho nada durante toda la conversación. Arrojó otra madera al fuego y mantuvo la mirada fija en la inmensidad de la noche en el desierto, recordando quién sabe qué hazaña mientras removía lentamente las brasas de la hoguera, con la punta de la polla......
Yo soy el vaquero más duro; el año pasado maté yo sólo a toda la tribu de los Pieles rojas, 5000 indios nada más y nada menos, me metí en el cañón del Colorado y fui disparando uno a uno a todos ellos, cuando me quedé sin balas los seguí matando a pedradas y cuando me quedé sin piedras los seguí matando a hostias, cogía sus flechas con los dientes y se las tiraba de nuevo, matando así por último a sus jefes.
El segundo vaquero le miraba con cara de estupor imaginando tal hazaña, el tercer vaquero, tenía la vista fija en la rojiza línea del horizonte, su rostro pétreo no dejaba traslucir ninguna emoción.
Luego, fui donde estaban las mujeres, 2300 mujeres en total, me las cepillé una a una y puedo garantizar que quedaron satisfechas, repitiendo dos y hasta tres veces con las más viciosas, salí de la última tienda, maté de un salibazo a un bisonte que pasaba por allí, lo asé me lo comí, me tiré un pedo que quemó todo el poblado y me fui silbando una cancioncilla como si tal cosa.
El segundo vaquero, viendo lo difícil que sería superar tal hazaña, comenzó a contar su historia:
Eso no es nada, yo soy el más duro, yo conduje cinco mil cabezas de caballos locos de Alaska desde allí hasta las tierras de Méjico, yo sólo sin ayuda de nadie, tardé ocho meses en cruzar el país pero lo hice, mi caballo murió de cansancio a la semana de empezar así que hice todo el recorrido a pié, rodeando la manada día y noche, sin perder ni un sola cabeza, a mitad de camino decidí herrarlos, fabriqué las herraduras moldeando el metal a hostias y a patadas, las clavé con mis propios dientes y después los domé a todos, yo soy el más duro.
El tercer vaquero, no había dicho nada durante toda la conversación. Arrojó otra madera al fuego y mantuvo la mirada fija en la inmensidad de la noche en el desierto, recordando quién sabe qué hazaña mientras removía lentamente las brasas de la hoguera, con la punta de la polla......